Tenía 19 años, jugaba al rugby y acababa de terminar la secundaria. En una carta que dejó escrita antes de quitarse la vida, expresó su angustia, su falta de motivación y su cansancio emocional. El caso sacudió a la ciudad de Adrogué, en la provincia de Buenos Aires, pero también tocó una fibra más profunda: la sensación de que algo está mal en el modo en que se acompaña a los adolescentes en uno de los momentos más vulnerables de sus vidas.
El suicidio de Uriel Larragueta, capitán de la categoría M19 del Club San Albano, impactó a su comunidad, a sus compañeros y al país entero. Y, sobre todo, sirvió como punto de partida para una conversación impostergable: ¿qué está pasando con los adolescentes? ¿Por qué crecen los casos de suicidio juvenil? ¿Y por qué aún cuesta tanto hablar de salud mental? Para contestar estas preguntas, BigBang dialogó con la Lic. Sol Buscio (MN 71610), psicóloga especializada en
ansiedad: "En los adolescentes o jóvenes que atraviesan estos pensamientos suicidas o que están emocionalmente afectados, podemos encontrar señales de alerta que no deben ser ignoradas", comenzó. Según la profesional, "es fundamental generar espacios reales y seguros de escucha y contención, tanto en el hogar como en las instituciones educativas".Cifras que duelen
El suicidio adolescente ya no es una excepción aislada: es un grito de auxilio que se replica cada vez con más frecuencia. En el último Boletín Epidemiológico Nacional del Ministerio de Salud de la Nación, se reconoce al suicidio como "un problema de salud pública creciente y prioritario". A partir del 1º de abril de 2023 comenzó la notificación obligatoria de intentos de suicidio en el Sistema Nacional de Vigilancia en Salud (SNVS). Y los datos son alarmantes: entre abril de 2023 y abril de 2025 se registraron 15.807 intentos de suicidio, lo que equivale a casi 22 por día. De ese total, 906 terminaron con desenlace fatal, un promedio superior a una muerte diaria.
Los adolescentes y jóvenes de entre 15 y 24 años concentran las tasas más altas de intentos, con un predominio marcado en mujeres, mientras que los hombres presentan mayor letalidad. El Ministerio destaca que, si bien el número de casos notificados aumentó —con un pico de 1.084 en enero de 2025—, esto no implica necesariamente una suba real, sino una mejora en los sistemas de detección y reporte, en línea con la implementación de la Ley Nacional N.º 27.130.
Una generación bajo presión
El suicidio adolescente no ocurre en el vacío. Sino más bien está fuertemente atravesado por un entramado de factores individuales, familiares, sociales y culturales. Y entre ellos, las presiones y exigencias contemporáneas ocupan un lugar central: "Vivimos en una sociedad hiperconectada, con un ideal de éxito inalcanzable, de productividad constante. Todo eso nos desconecta de quiénes somos, qué deseamos, qué necesitamos. Y en esa desconexión aparece el malestar", explicó Buscio. La comparación constante en redes sociales, la exposición a cuerpos perfectos, estilos de vida idealizados y mandatos de rendimiento se convierten en una trampa emocional difícil de sortear.
La profesional de la salud mental relató que muchas veces (aunque aclaró que cada caso es particular) el adolescente llega a la decisión de quitarse la vida como un mecanismo para frenar el sufrimiento: "Básicamente la desesperanza de creer que no va a cambiar nada, que todo va a seguir así, es tal malestar, es tal angustia, es tal sufrimiento, porque es un sufrimiento el que se transita, que no se ve otra opción, no hay opciones, no es que la persona no quiera seguir viviendo, es que la persona no encuentra otra salida, es que la persona no ve otro camino".
En esta línea destacó la importancia de recibir ayuda por parte de psicólogos y de una red de contención: "No es que quiero morir, es que quiero dejar de que esto me esté pasando, quiero dejar de que mi cabeza esté en esto, quiero dejar de que me deje de doler, esa es la búsqueda y en esa búsqueda cuando no aparecen opciones, cuando hay escasez de recursos, me quedo con lo único que se me ocurre, con lo que está, con el camino que me ayuda desde lo que puedo, con lo que creo que es lo que me va a cortar todo este sufrimiento", reflexionó.
En palabras de la psicóloga, la presión que sufre un adolescente va acompañada del concepto de FOMO (fear of missing out o miedo a quedarse afuera), que afecta especialmente a los jóvenes, que sienten que deben estar en todo, cumplir con todo, tener todo resuelto. Y cuando no pueden, la frustración y la angustia se potencian: "Creo que tiene que ver también con eso, estar mirando la vida de los otros y cómo esto nos influye, cómo influyen los mandatos, de que estamos creciendo, estamos conociendo qué somos, qué nos gusta, qué queremos hacer, y todo esto viene a nublar todo eso que queremos hacer, que queremos ser porque estamos empañados de toda esta contaminación relacionada al éxito, al rendimiento, al tener todo resuelto...".
Las redes sociales cumplen un rol fundamental en las patologías psicológicas de los adolescentes. No sólo los expone, sino también los lleva a exigir una rapidez que a veces no ocurre fuera de las pantallas, generando ansiedad e intolerancias a ciertos procesos. Así también, los lleva a ver resultados finales y no el esfuerzo que hay detrás de ciertos éxitos o lujos: "Estamos permanentemente viendo la vida del otro (...) y obviamente en las redes sociales nos muestran una cara bonita de la vida. Eso te lleva a una comparación excesiva, porque todo está ahí al alcance", enfatizó la licenciada.
Así también, las plataformas no sólo crean un espacio de exigencia para uno mismo, sino también hacia un otro: "Hoy hay una ola de adicción virtual, una adicción al celular, a la conectividad, entonces tenemos que tratar de cada vez más fomentar espacios reales, espacios que me conecten con el otro, espacios que bajen el tiempo. En el WhatsApp estamos constantemente sabiendo que el otro me tiene que contestar ya porque ya recibió el mensaje, eso no es lo real, eso no pasa en la vida así como tal, entonces salir más de los celulares y estar más presentes en la vida, salir más de la virtualidad y estar más conectados de una manera real".
En esta línea, los jóvenes sienten presiones y dejan de ser escuchados ante la ausencia de preguntas como: "¿y vos qué querés ser?", "¿a vos qué te gusta?", "¿qué estás dejando de hacer que antes te gustaba?". La adolescencia no es una etapa pasajera que se resuelve con el tiempo. Es un momento de construcción de identidad, de búsqueda, de preguntas profundas. Y es ahí donde padres, madres, docentes y adultos responsables tienen un rol clave: "El problema es que se tiende a minimizar lo que sienten. Se dice: 'ya se le va a pasar', 'es parte de la edad'. Pero no. Hay que alojar lo que les pasa, validarlo, abrir espacios de escucha real", insistió Buscio. En este sentido, propone que se incorporen de forma sistemática espacios de educación emocional y salud mental en las escuelas, donde se hable de lo que se siente, de cómo pedir ayuda, de cómo estar para el otro.
Una tarea colectiva
Prevenir el suicidio adolescente es un desafío colectivo que requiere decisiones, inversión, presencia y escucha; se trata de entender que la salud mental es tan importante como la física, que la virtualidad debe ser regulada, que los vínculos reales deben ser fortalecidos. "Hay que fomentar espacios que conecten de verdad, que nos devuelvan a la mirada del otro", propuso Sol. No se trata de descartar la tecnología, sino de aprender a usarla sin que nos consuma.
La muerte del joven rugbier es una tragedia que no puede quedar archivada como una noticia más, sino que obliga a mirar, a preguntar y, sobre todo, a actuar. Porque cada adolescente que siente que no hay salida es una vida que clama por ser escuchada. Y cada adulto que elige mirar para otro lado pierde la oportunidad de evitar una pérdida irreparable.
Si alguien está atravesando pensamientos suicidas o conoce a alguien que necesita ayuda, existen líneas gratuitas: la línea 135 es del Centro de Atención al Suicida (CAS) y atiende 18 horas diarias. La técnica que utiliza es la "escucha activa" y se trata de un llamado totalmente gratuito si quien se comunica está en CABA o Gran Buenos Aires. Para el resto del país los números son: (011) 5275-1135 o el 0800 345 1435.
También se puede llamar a la Línea 107, que corresponde al SAME. Es el número de emergencias médicas, que se puede utilizar en situaciones críticas donde una persona se encuentra en riesgo inminente de suicidio. Otra de ellas es el 911, número especializado en urgencias generales que coordina respuestas inmediatas. (07-07-25).
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