jueves, 22 de mayo de 2025

Jóvenes bajo presión: cuando los adultos arruinamos el juego



Por Juan Ignacio Gilligan, Líder en Gestión de Equipos

Hace un año, durante una final de fútbol juvenil, ocurrió algo revelador. Durante noventa minutos, ningún chico sonrió. Mientras, desde detrás del alambrado, un coro de padres gritaba órdenes e insultos al árbitro. Ese partido ya no era un juego: era el reflejo de cómo convertimos los espacios de crecimiento en campos de batalla para nuestras propias frustraciones. Y esto, tristemente, se repite cada fin de semana.

La competencia —cuando es sana— nos fortalece, enseña a superarnos y a tolerar la frustración. El problema nunca es el marco competitivo, ni el deseo de ganar, sino lo que proyectamos sobre ellos. Cuando los adultos no resolvemos nuestras heridas, el logro se vuelve un ídolo vacío y el juego, una carga.

Hoy los jóvenes viven una paradoja cruel: se les exige resiliencia, esfuerzo y logros, pero se les niega el derecho a fallar, a dudar, a simplemente ser. Las redes sociales profundizan esta herida: cada like mide su valía, cada comparación les

recuerda que nunca es suficiente. Y detrás de esto, estamos nosotros: adultos que, sin querer, les traspasamos nuestras cuentas pendientes.

Byung-Chul Han lo llama "la sociedad del cansancio": ya no necesitamos que nadie nos obligue; nosotros mismos nos exigimos hasta el agotamiento en busca de un éxito esquivo. El resultado es una generación que crece creyendo que, hagan lo que hagan, todo será insuficiente.

En mi trabajo con jóvenes, insisto en una verdad olvidada: "No eres lo que logras. Ya vales por existir". El deporte —como la vida— debería ser un espacio para aprender, no un tribunal que juzgue su dignidad. Pero para eso, los adultos debemos empezar por nosotros mismos.

En las divisiones formativas lo más importante no es ganar, sino crecer. Asumir que la verdadera competencia nos da la posibilidad de desarrollar hábitos saludables, valores y dominio propio, necesarios en cada área de nuestra vida.
La copa es solo un símbolo; lo valioso es el proceso que representa.

La pregunta incómoda es esta: ¿Por qué exigirles a los jóvenes lo que no hemos conquistado en nosotros? ¿No será que nuestras propias frustraciones nos llevan a pedir que otros resuelvan lo que no supimos o quisimos asumir?
Solo cuando hagamos las paces con nuestras propias batallas y asumamos nuestro propio reto, podremos guiarlos en las suyas sin convertir su camino en una reparación de nuestras propias frustraciones. (22-05-25).

No hay comentarios.:

Publicar un comentario